Las políticas de aire limpio, aunque bien intencionadas, están generando un efecto colateral inesperado en la lucha contra el cambio climático. Un reciente estudio revela que la disminución de las emisiones de azufre, resultado de regulaciones ambientales, está provocando un aumento en las emisiones naturales de metano (CH4) desde humedales como turberas y pantanos. Este fenómeno podría complicar aún más los esfuerzos globales para mitigar el calentamiento global, obligando a una revisión de los objetivos climáticos internacionales.
Los humedales, que representan aproximadamente el 6% de la superficie terrestre, son considerados la mayor fuente natural de metano, un gas que tiene un potencial de calentamiento 80 veces mayor que el CO2 en un periodo de 20 años. La investigación, liderada por universidades de Pekín y Birmingham, destaca que la reducción de sulfatos atmosféricos, lograda tras décadas de políticas contra la lluvia ácida, ha debilitado un freno natural que limitaba la producción de metano en estos ecosistemas. Según el estudio, se estima que las emisiones de metano en humedales podrían aumentar entre 20 y 34 millones de toneladas anuales para el año 2100, lo que representaría entre el 8% y el 15% del ‘presupuesto’ de emisiones de metano que la humanidad puede permitirse si desea limitar el calentamiento a 1,5°C, tal como se establece en el Acuerdo de París.
En los suelos inundados de los humedales, dos tipos de microorganismos compiten por los mismos recursos: las arqueas metanógenas, que producen metano, y las bacterias reductoras de sulfatos. Estas últimas, al consumir sulfatos, inhiben la actividad de las arqueas. Vincent Gauci, coautor del estudio, explica que el azufre actúa como un control natural: donde hay más sulfatos, hay menos metano.
Durante el siglo XX, la contaminación por combustibles fósiles elevó los niveles de sulfatos, lo que resultó en una reducción de hasta un 8% en las emisiones de metano. Sin embargo, las regulaciones actuales, como las normas de la Organización Marítima Internacional para reducir el azufre en combustibles navales, están revirtiendo este efecto. Al mismo tiempo, el aumento del CO2 atmosférico estimula el crecimiento de plantas en humedales, proporcionando más materia orgánica para que las arqueas produzcan metano. Este fenómeno se describe como un ‘doble golpe’: menos sulfatos liberan el freno, mientras que más CO2 acelera la producción de metano.
Los autores del estudio concluyen que, en escenarios de calentamiento moderado (de 1,5°C a 2°C), la disminución de sulfatos explicará el 35% del aumento de metano, mientras que el CO2 contribuirá con otro 30%. En trayectorias más cálidas (hasta 3,6°C), el papel del CO2 dominaría, representando el 40% de las emisiones adicionales.
Este hallazgo llega en un momento crítico, ya que en 2021 más de 150 países firmaron el Compromiso Global de Metano, comprometiéndose a reducir un 30% las emisiones antropogénicas de este gas para 2030. Sin embargo, el estudio sugiere que las reducciones deben ser aún más drásticas para contrarrestar el aumento natural de metano. Lograr los objetivos del Acuerdo de París requeriría esfuerzos un 11% mayores de lo planeado, ya que los modelos climáticos actuales no incorporan plenamente estas retroalimentaciones biogeoquímicas.
El estudio también subraya la complejidad de las interacciones climáticas. Por ejemplo, la reducción de sulfatos en el transporte marítimo, que en 2020 evitó miles de muertes por contaminación, ha sido vinculada a un calentamiento oceánico más rápido, un fenómeno conocido como ‘shock de terminación’. Gauci advierte que las políticas bienintencionadas pueden tener consecuencias imprevistas, y enfatiza la necesidad de equilibrar la calidad del aire con la estabilidad climática.
Entre las soluciones propuestas por los autores del estudio se incluyen: reforzar la monitorización de humedales mediante satélites y sensores in situ, integrar estas retroalimentaciones en modelos climáticos para mejorar las proyecciones, y acelerar los recortes de metano antropogénico, especialmente en sectores como la agricultura y los residuos. La investigación también destaca otros factores poco comprendidos que podrían alterar las proyecciones futuras, como el deshielo del permafrost, la evolución de las comunidades microbianas, o los efectos combinados de la escorrentía de nitrógeno y azufre desde zonas agrícolas y urbanas hacia los humedales.
Los resultados del estudio evidencian que ningún proceso ambiental ocurre de forma aislada. El sistema climático es una red de interacciones, y ignorar una pieza distorsiona el panorama completo. Esto exige una revisión continua y multidisciplinaria de los impactos de las políticas climáticas, ya que aunque sean efectivas en un frente, pueden tener repercusiones inesperadas en otros. A medida que los líderes globales se preparan para la COP30, el mensaje de los científicos es claro: combatir el cambio climático no solo requiere reducir emisiones, sino también entender y anticipar cómo la naturaleza responde a las acciones humanas.