Un reciente estudio de la Fundación BBVA ha puesto de manifiesto la alarmante falta de confianza que los ciudadanos españoles tienen en sus instituciones políticas. Con una puntuación que no supera el 2,5 sobre 10 para los partidos políticos, y un 3,5 para el Gobierno de España, la situación se torna crítica. El parlamento y los gobiernos autonómicos tampoco se salvan, con puntuaciones de 3,8 y 4 respectivamente. Este panorama se agrava aún más cuando se observa que un 70% de la población no confía en el presidente Pedro Sánchez, y un 81% tiene una percepción negativa sobre Alberto Núñez Feijóo.
La confianza en las instituciones es un pilar fundamental para la participación política activa de los ciudadanos. Expertos en marketing político subrayan que la autenticidad, la transparencia y una comunicación efectiva son esenciales para fortalecer esta relación. Sin embargo, el actual escenario político en España parece alejarse de estos principios. El presidente Sánchez, que anteriormente había construido su imagen en torno a la certeza y la seguridad, ha visto cómo su discurso ha cambiado en función de sus necesidades políticas, lo que ha llevado a una erosión de su credibilidad.
Uno de los eventos que ha contribuido a esta crisis de confianza ha sido el reciente apagón eléctrico que afectó a gran parte del país. La falta de respuestas claras por parte del Gobierno ha alimentado la especulación y la desinformación. La situación se complicó aún más con el caso de Begoña Gómez, donde la incertidumbre sobre la implicación del hermano del presidente en un juicio por tráfico de influencias y prevaricación ha dejado a la administración en una posición vulnerable. La visita del juez Juan Carlos Peinado a la Moncloa ha añadido más leña al fuego, creando un ambiente de desconfianza y especulación.
La falta de respuestas concretas ante el apagón eléctrico ha dejado a la población en un estado de incertidumbre. Las intervenciones de Sánchez, que llegaron tras muchas horas de desespero, no lograron calmar los ánimos. La terminología utilizada por el presidente, que buscaba empatía, no se alineó con la complejidad técnica del sistema eléctrico. Comprender la factura de la luz o los motivos detrás de un apagón masivo requiere conocimientos especializados, lo que deja a muchos ciudadanos en la oscuridad, tanto literal como figurativamente.
La situación se ha visto agravada por la dura respuesta de Sánchez hacia las empresas eléctricas y la intervención del CNI en sus operaciones. La insistencia del presidente en no descartar ninguna hipótesis ha alimentado aún más la industria de la desinformación que intenta combatir. Sin respuestas claras, surgen teorías sobre los intereses de las eléctricas, la burbuja de las energías renovables y el debate ideológico sobre la energía nuclear.
En medio de esta crisis, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha tomado la delantera al ceder la gestión del caos al Gobierno central. Su cambio de postura, pasando de alardear de su gestión durante la pandemia a solicitar el despliegue del ejército para mantener el orden, refleja la desesperación y la falta de confianza en la capacidad del Gobierno para manejar la situación. Ayuso ha acusado al Gobierno de “aniquilar” la economía de Madrid y ha dejado en manos del ministro del Interior decisiones críticas, como la apertura de colegios.
La situación se complica aún más con la inminente comparecencia de Sánchez en el Congreso, donde deberá abordar tanto el plan de gasto en Defensa como la crisis eléctrica. La falta de apoyos para sustentar su propuesta inicial y las críticas que se avecinan por el fallo energético podrían dejar al presidente en una posición aún más débil. La presión política se intensifica, y el futuro de su administración pende de un hilo.
La crisis de confianza en las instituciones políticas de España es un fenómeno complejo que se ve alimentado por la falta de transparencia y la incapacidad de los líderes para ofrecer respuestas claras y efectivas. La relación entre la confianza y la participación política es innegable, y si las instituciones no logran recuperar la credibilidad, el impacto en la democracia y en la participación ciudadana podría ser devastador. La situación actual exige un cambio radical en la forma en que se comunican y gestionan los asuntos públicos, para restaurar la confianza perdida y fomentar una participación política activa y comprometida entre los ciudadanos.