Cada 20 de junio se celebra el Yellow Day, un día que la industria del marketing ha designado como el más feliz del año. La cercanía al solsticio de verano, las temperaturas agradables y la llegada de las vacaciones son algunos de los factores que contribuyen a esta percepción de felicidad. Sin embargo, la realidad es que no todos experimentan este estado de alegría. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor de 280 millones de personas sufren de depresión, lo que representa aproximadamente el 3,8% de la población mundial. Además, la pandemia de Covid-19 ha exacerbado esta situación, aumentando los casos de depresión y ansiedad en un 25%. La OMS advierte que para 2030, la depresión será la enfermedad más prevalente a nivel global.
La búsqueda de la felicidad se ha convertido en un tema central en la sociedad contemporánea, pero ¿qué factores están impidiendo que muchas personas alcancen este estado deseado? En este contexto, es fundamental analizar los valores sociales y las tendencias que pueden contribuir a la infelicidad.
La Ruptura de la Comunidad
Una de las principales causas de infelicidad en la actualidad es la ruptura del sentido de comunidad. Como seres sociales, los humanos necesitamos de otros para prosperar y ser felices. El filósofo Eduardo Infante sostiene que «la felicidad, que en el fondo es un proyecto de crecimiento humano, solo puede darse en el seno de una comunidad; en el entorno de un nosotros». Sin embargo, la tecnología ha transformado nuestras interacciones sociales, promoviendo un individualismo que a menudo resulta perjudicial. Las redes sociales, aunque permiten compartir logros y momentos felices, también pueden crear un entorno donde la individualidad se resalta y se minimiza la conexión genuina con los demás. Los algoritmos que personalizan el contenido que consumimos tienden a reforzar nuestras creencias y a alejarnos de perspectivas diferentes, creando un ecosistema que puede resultar en soledad y aislamiento.
El individualismo extremo, entendido como la libertad absoluta del individuo sin consideración por los demás, se ha convertido en un obstáculo para la felicidad. Infante señala que «la desaparición del otro imposibilita la comunidad, imposibilita el diálogo y también imposibilita el amor». Esta falta de conexión puede manifestarse en relaciones interpersonales insatisfactorias, donde las discusiones constantes y la falta de contacto social generan un ambiente de infelicidad. La comunicadora Belén Galindo comparte que su bienestar emocional está intrínsecamente ligado a la salud y felicidad de sus seres queridos, lo que resalta la importancia de las relaciones en nuestra búsqueda de felicidad.
La Cultura del Rendimiento
Otra tendencia que contribuye a la infelicidad es lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han ha denominado «la sociedad del cansancio». Esta cultura se caracteriza por la presión constante de ser productivos y la obligación de rendir al máximo en todas las áreas de la vida. La idea de que el tiempo es un recurso escaso ha llevado a muchas personas a vivir en un estado de prisa constante, donde cada minuto debe ser aprovechado al máximo. Esta mentalidad se traduce en la necesidad de estar siempre ocupados, lo que a menudo resulta en la falta de tiempo para el ocio y el descanso, elementos esenciales para el bienestar emocional.
La imposición de que incluso el tiempo libre debe ser productivo puede llevar a una sensación de vacío y falta de propósito. Infante argumenta que «no es en el mundo del trabajo y de la productividad donde crecemos y nos desarrollamos como personas, sino precisamente en el tiempo de ocio». La falta de tiempo para reflexionar sobre nuestras necesidades y deseos puede llevar a acciones que no están alineadas con nuestros valores, lo que a su vez afecta nuestra felicidad.
La Positividad Tóxica
La presión social para mantener una actitud positiva en todo momento también puede ser perjudicial. Esta «positividad tóxica» implica la obligación de sonreír y ocultar emociones negativas como el estrés y la fatiga. El sociólogo Jordi Busquet argumenta que esta expectativa de felicidad constante va en contra de la naturaleza humana, ya que la vida está compuesta por momentos tanto agradables como difíciles. Las redes sociales, al enfocarse en mostrar solo los aspectos positivos de la vida, contribuyen a esta cultura de la felicidad superficial, donde no hay espacio para la vulnerabilidad o la expresión de emociones negativas.
Sin embargo, es importante reconocer que la tecnología, cuando se utiliza de manera adecuada, puede ser una herramienta valiosa para fomentar la felicidad. Puede facilitar conexiones sociales, ofrecer distracción y promover el crecimiento personal. Aleix Comas, profesor de Psicología y Ciencias de la Educación, enfatiza que «el problema no es la tecnología en sí, sino cómo la sociedad la utiliza para promover valores que van en contra de la felicidad». La clave radica en encontrar un equilibrio entre el uso de la tecnología y la construcción de relaciones significativas, así como en la búsqueda de un propósito que resuene con nuestras verdaderas necesidades y deseos.